viernes, 29 de junio de 2012

Hermosuras

Mis hijos son hermosos. Dice mi marido que es como ir con un par de estrellas de cine por la calle, y tiene toda la razón.
Ángela está en una edad preciosa, tiene casi los dos años y medio, se parece mucho a Boo de Monstruos SA, en lo bueno y en lo malo, cualquier día en plena rabieta o en plena carcajada nos funde la instalación eléctrica de casa. La película logró plasmar a la perfección lo que es una niña de esa edad, tierna, bonita, dulce, graciosa pero terrible en sus pataletas. Ayer en la playa un grupo de adolescentes se despidió de ella cuando marchamos "pero que bonita es..." escuché. La tía se había estado exhibiendo toda la tarde, gritando y riendo como una loca mientras las olas en la orilla la revolcaban una y otra vez, fascinada por el mar (uno de los nombres que barajamos durante su embarazo fue Marina y la verdad es que le encanta el agua) y claro, a mi se me cae la baba porque oigo constantemente de conocidos y de desconocidos lo bonita y graciosa que es mi hija.
Con respecto a Gabriel, mi niño superojazos, está entrando en otra etapa, en septiembre cumple cinco años y se me está haciendo tan mayor que no me estoy dando cuenta. Ha descubierto, al fin, a su hermana e inseparable compañera de juegos, para bien y para mal porque se quieren y se arrean a partes iguales pero forma parte del desarrollo de ambos y de mi desequilibrio mental como madre a jornada completa.
Gabriel es vital. Disfruta de las cosas, de todas, supongo que es inherente a la mayoría de  niños, pero tiene el don de hacerme ver el mundo a través de sus ojos durante pequeños instantes, el entusiasmo que imprimió su voz al ver un río este fin de semana pasado en la montaña, la alegría de volver a ver a nuestros amigos (bueno sus amigos) y la emoción al ver que nos despertábamos todos en la misma habitación. Todo es una aventura, hacer un picnic, caminar por un sendero, entrar en una iglesia románica (ui mama habrá fantasmas) viajar en coche mientras canta a grito pelado desde La camisa negra a Coldplay que se acaba de convertir en su grupo favorito
El drama es irse de los sitios y desperdirse de la gente, de sus amigos adultos y niños. Y luego recordar, porque le encanta recordar, como Proust con su madalena el otro día comiéndose un trozo de melón recordó el verano pasado y la casa con escaleras del hermano de mi suegro. Asombroso.

1 comentario:

Circe dijo...

Preciosos, doy fe! Y qué bonito ser madre... Qué gran verdad que se ve la vida de otra manera... Una entrada muy tierna, que destila la devoción de una gran mamá!