El martes mi niña cumple 17 meses y seguimos sin caminar. Mis hijos son unos rompespaldas de mucho cuidado. De caminar tardío vamos. Gatea como un bólido y está a puntito a puntito de soltarse. Caminará espero, con 18 meses la edad límite de la preocupación médica y materna.
Como ya lo pasé con Gabriel estoy la mar de pancha con ella, un poco harta, eso sí, de frotar las rodilleras de los pantalones, ni plantearme casi nunca de ponerle un vestido, y de limitarle algunos accesos porque en el parque la dejo a sus anchas que se reboce cual croqueta, pero en una sala de espera o en una cafetería ni se me pasa por la cabeza. Así que muchas mañanas que quedo a hacer un café con mi hermana, nos lo tragamos casi con un embudo. La tía se nos pone histérica aunque lleve encima una provisión de palitos de pan que engulle cual termita famélica.
Eso sí, hablar empieza a hablar por los descosidos, que para eso hace honor al género femenino, el otro día sin ir más lejos, a falta de tecnología más avanzada, mantuvo una conversación con su abuela a través del zapato que se quitó en la cola del supermercado, que más quisiera Mortadelo. Eso sí, igual su abuela la hubiera entendido porque lo que es yo sólo capté "hola , adió y amo al paque". La cajera del super aún sigue muerta de risa.
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