Conversando la otra tarde en el parque con otras mamis, una comentaba lo mucho que le costó quedarse embarazada de su segunda hija. Decía que no quería, un niño artificial. Me sonó a ciencia ficción, a la peli de Spielbierg Inteligencia Artificial. Que no se me mal interprete, no me molestaron en absoluto sus palabras, ella sabe que mi hijo fue concebido por fecundación in vitro, no es una cosa que oculte, al contrario, es un hecho que me llena de orgullo, del cual presumo. Si por algo he luchado en esta vida, ha sido por ser madre.
Desde que tengo uso de razón lo tenía clarísimo. Siempre pedía para Reyes muñecas bebé tipo nenuco y durante años le di el tostón a mi madre para que me trajera un hermanito. La pobre se moría de risa y me contestaba que sólo le faltaba eso (teniendo en cuenta que me tuvo de rebote con 41 años como para tener otro).
Más o menos al año de casados nos compramos un coche financiado a cuatro años, más grande para aumentar la familia. Era agosto y nos fuimos a Asturias una semana, que optimistas cuando hablábamos que quizás, a la vuelta, nos traeríamos un buen recuerdo del viaje.
Para cuando me quedé embarazada, el coche estaba más que pagado.
Llevábamos poco más de un año buscando tener hijos cuando los médicos nos insinuaron que para lograr un embarazo íbamos a necesitar dios y ayuda, sobretodo lo segundo y de la ciencia.
Reboviné la película un año antes en el trabajo y sin saber la que se me avecinaba, comentando con una compañera de los tratamientos de fertilidad, de lo que jamás haría para tener un hijo. Esta vez más que beberme dos tazas de caldo, me bebí los ocho litros de la olla express.
Hay que ver, te pasas casi toda la juventud escuchando de labios de tu madre ten cuidado no te quedes embarazada y piensas con ironía si la mente es tan poderosa que te ha dejado estéril.
Por mi mente desfilaron las comedias sobre parejas que quieren tener un hijo y se someten a un viacrucis de tratamientos de fertilidad, pero cuando lo vives desde dentro vives una tragedia, pocas risas y muchas lágrimas. Lo peor no es la parte física del asunto. Me considero afortunada, no me dan grima las agujas ni que me pinchen ni que me extraigan y menos mal porque me iba a tocar clavarme más agujas en la barriga que el tío de Hellraiser en la cara.
Lo peor es la parte emocional, la espera. Esos doce días hasta la prueba de embarazo, escuchando a tu cuerpo esperando una señal, un vómito, una náusea. Cualquier cosa. Porque el impacto psicológico de un tratamiento de fertilidad fallido en una pareja es el mismo que el de un aborto.
Si echo la vista atrás, desde la distancia curativa del tiempo, me da la sensación que lo ha vivido otra persona. Aún recuerdo la cara de estupefacción del bibliotecario del barrio cuando le pregunté por dos libros: No puedo tener hijos y otro de ayuda al duelo cuyo título no recuerdo, porque así de cruel es la vida, casi al mismo tiempo que me enteraba que igual no podía ser madre, había dejado de ser hija.
La verdad es que lo probamos todo, lo natural: el aceite de onagra, la maca andina, el hacer el pino después de, la vitamina E y todo el abecedario vitamínico.
También probamos lo divino, tras sufrir un aborto recorrimos el norte en coche y acabamos en Santiago de Compostela, por probar, que no quedase.
Finalmente lo científico. Tres inseminaciones fallidas, dos invitro, otro aborto, otra in vitro y llegó Gabriel, en el peor ciclo, después de hormonarme como si fuera a hacer un cambio de sexo, sólo quedaron dos embriones que me fueron transferidos dos embrioncitos bonitos y agradecidos me dijo la bióloga el día de la tranferencia mientras yo esperaba, espatarrada en la camilla y mirando el fluorescente, con bastante poca fe a esas alturas del guión que aquel par de conglomerado de células más pequeños que una lenteja pardina, arraigaran en mi útero.
El dios hacedor de tal milagro el doctor Albert Cabero y su equipo de la clínica Quirón Barcelona.
Y puede decir la iglesia, misa, nunca mejor dicho, que mi hijo no es un milagro, de la ciencia, pero un milagro.
Que por cierto, no está bautizado ni lo estará a menos que él se decida a ello.
No le solté esta parrafada a la pobre madre que me había hecho el comentario del niño artificial, sólo le dije que por un hijo, al cual ni conoces, eres capaz de dejarte la piel.
7 comentarios:
A pesar de haber vivido tu camino en su momento, me he vuelto a emocionar ahora al recordarlo.
Recuerdo mucho aquellos meses de espera y angustia (tuyas, claro, lo mío solo era empatía, aunque sufrir, sufríamos lo nuestro, eh), y recuerdo pensar que yo sabía que lo ibas a conseguir. Una mujer tan luchadora y tan capaz de todo, tiene que conseguir lo que se propone sí o sí.
Un besazo.
Me he emocionado mucho, casi no se ni que decir , las palabras se quedan cortas para expresar esta amalgama de admiración, pesadumbre por el vía crucis, alegría por el ansiadísimo milagro y AHORA (por fin conconocimiento de causa) empatía total con el amor a un hijo... Precioso Conchi, gracias por compartirlo de esta manera.
Que valor teneis. Yo no se si hubiera tenido coraje de pasar por todo eso.
Yo te admiro, aunque supongo que hubiera hecho lo mismo!
Yo os admiro a todas las que teneis el valor de afrontar esta lucha, pero es tanta la recompensa que es lo que dices, vale la pena dejarse la piel y lo que sea.
Es que cuando quieres tener un hijo y surgen problemas te lías la manta a la cabeza y cuantas más posibilidades barajes y más alternativas contemples más posibilidades tienes de conseguirlo (ovodonación, donación de embriones, adopción), no es cuestión de valor es cuestión de amor:)
Gracias chicas por haber estado a mi lado en esos momentos, de lo que sí estoy segura es que sin el apoyo de LGF no lo hubiera conseguido.
que bonito, conxi.. y que cierto.
hasta que no decides ser madre, no te das cuenta de cuanto eres capaz de dar..
yo tuve suerte y no tuve que pasar por eso, pero si que lo hubiera hecho si hubiera sido necesario.
a ver.. no quiero decir que el que tenga un hijo "natural" le quiera menos, pero creo que en tu caso se valora mas ese embarazo.
eres una campeona
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