Mostrando entradas con la etiqueta El baúl de los recuerdos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta El baúl de los recuerdos. Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de octubre de 2014

Para que no desaparezcas...

Antes que desaparezcas me levanto de la cama, cojo una hoja de papel y un bolígrafo y escribo.
Todavía puedo verte, llorando en el salón de la que fue nuestra casa, un salón lleno de gente.
Antes que te esfumes y desparezcas escribo. Para que no te diluyas como el café aguado que querías preparar hace unos instantes a los desconocidos que invadían el salón de casa.
Pero no hay gas le susurras a mi padre. Y rompes a llorar porque no hay gas, porque no puedes hacer café, porque no puedes ofrecerle nada a toda esa gente que invade tu casa.
Lloro contigo. Me ha costado abrirme paso hasta ti entre  desconocidos, te abrazo y lloramos juntas. Tu pena es la mía.
Siento no saber hacerlo mejor. Nos sentimos tan perdidas...Perdónanos...
En mi sueño pienso lo fácil que sería no soltarte de mi abrazo, traerte de vuelta, rescartarte de la muerte con mi despertar.
Antes que se disuelva mi pena y te vayas con los truenos y la lluvia de la madrugada me levanto y escribo.
 Te echo de menos. Echo de menos pelearme contigo por cogerme el bajo de la falda demasiado largo, echo de menos tus macarrones, tu tortilla de patatas y tu bizcocho de manzana. Echo de menos escucharte cantar mientras limpias el polvo, pasear las tres por la calle de Sants. Mirar escaparates y las luces en Navidad.
Antes que dejes de dolerme hasta el próximo sueño me levanto.
 Miro a mis hijos dormir, hermosos, tiernos y perfectos.
Tu ya no estás y mi pena vuelve a estar a once años de distancia.

martes, 3 de septiembre de 2013

Manos de madre



El otro día mi hija me señaló las manos ¿Qué es eso? me preguntó señalándome las venas de las muñecas ¿Por qué yo no tengo? Recordé el momento en que le hice la misma pregunta a mi madre, sólo que era el dorso de sus manos y no las muñecas, las que estaban surcadas de venas. Porque tú eres nueva y yo no, me contestó riendo. Y lo mismo le  contesté a mi hija.
Mi madre tenía manos trabajadoras, macizas, anchas, de uñas cuadradas. Siempre trajinando con algo, cocinando, cosiendo, ocupadas en una labor de punto, activas como ella. Manos de madre, que aliviaban la fiebre, las pesadillas y los dolores de barriga… Durante casi tres días memoricé las líneas de sus palmas intentado leer con la habilidad de una pésima quiromántica, en que minuto exacto me abandonaría. Las acaricié, me aferré a ellas, finalmente las sostuve entre las mías y la dejé marchar…

De bebés mis hijos no paraban de observarse las manos. Descubrían la vida nueva y recién estrenada a través de sus manitas gorditas y fuertes. Se ensimismaban jugando con ellas, abriéndolas y cerrándolas, palmoteando, observándolas desde todos los ángulos posibles, el dorso, la palma, los deditos… Manos que cubro con mil besos, que se agarran a las mías, que han tirado de mis cabellos y estrellado mis gafas contra el suelo. Manos hermosas, perfectas, de pétalo de rosa.
Crecemos observando como se transforman nuestras manos. Siempre visibles, avisándonos del paso del tiempo.
Mi padre se miraba las suyas. Levantaba lentamente la mano izquierda, hinchada y deformada y observaba el dorso, la palma, la abría y la cerraba con dificultad, se fijaba en la cintura de su dedo anular, allá donde estaba su alianza. No sentía regocijo, como los bebés recién hechos. Sólo sentía lástima. Lo podía leer en su mirada…  Manos de artista y artesano. Dedos largos  pero fuertes revoloteando en el Roland de casa, tamborileando en la mesa de la cocina mientras silbaba, distraído, una melodía. Las uñas almendradas. Manos de padre, grandes y salvadoras. Yo miraba las mías, una copia exacta a pequeña escala. Juntabamos las palmas. “Son iguales”, le decía. Entrelazábamos los dedos fuertemente.
Sin embargo los años me han devuelto las manos de mi madre, ahora cuando acaricio a mis hijos, les enguajo las lágrimas, les alivio un dolor de barriga,  veo mis manos y advierto un esbozo de las suyas, uñas más descuidadas, las manos más anchas, la piel más áspera y la evidencia de las venas.
 Manos de madre.