martes, 25 de julio de 2017

Ochenta y nueve

Me he dado cuenta que de estar vivo tendrías ochenta y nueve años. Ni noventa, ni ochenta y ocho. Ochenta y nueve.
De seguir vivo habrías perdido por este orden a tu mujer y al mayor de tus hijos. Hubieras conocido a otros dos nietos y una nieta pero te pesarían más las pérdidas que las ganancias y valga la redundancia, con toda probabilidad vagarías perdido también, en tu infancia, llorando a aquella perra de caza de la que nos hablabas. ¿Estrella? ¿Chispa? O a Tom, el último de tus perros, perdido como tú... Recordarías a tú madre recogiendo los faldones de la mesa para que ningún perro los rozase. Me mirarías y la verías a ella. Me mirarías y no me verías...
Andarías de caza con tu padre. Tapándote los oídos para no escuchar las bombas y los fusilamientos en el castillo de Montjuik que tan cerca estaba del huerto. Fingirías tocar el trombón o quizás con tu barbilla sujetarías un violín invisible.
Te tengo que confesar que no sé que de estar vivo y demente a tus ochenta y nueve años, no sé si te seguiría queriendo infintamente sin desear en secreto, culpablemente, tu muerte.
No sé si te prefiero muerto pero lúcido y válido, recordarte en pijama y en bata en la puerta del ascensor del hospital, despidiéndonos con una sonrisa, un adiós, un hasta mañana. Un no hace falta que vengais mañana que vais cansadas. Un toma, cómete estas galletas que me sobraron en la merienda. Cuándo aún no cabía la posibilidad de recordarte postrado, sufriendo en silencio, contando (tú) los días que habían pasado desde tu ingreso, perdido entre sueños y delirios.
Pero es difícil no añorar, no desear haberte conocido con ochenta y nueve años, acurrucarme contra tu cuerpo de anciano, acariciarte la mejilla (seguro) rasposa y entrelezar los dedos de nuestras manos.



1 comentario:

Inma dijo...

Qué bonito y emotivo...
Un besito,
Inma.