domingo, 27 de noviembre de 2011

Transmisión oral

Cuando mi padre murió mi sobrino Alex aún no había cumplido los cinco años. Mi hermana, a pesar de ser tan escépticoagnóstica y atea como yo ahora, le contó que su yayo como había estado tan enfermito, se había ido al cielo. Porque ¿como le explicas a un niño de casi cinco años que su abuelo, compañero de juegos y fatigas, defensor de niños traviesos que no quieren hacer la siesta, dibujante de monigotes y conversador imaginario de personajes teléfonicos varios (que ni Gila) se ha muerto?
Pero los niños, que nunca dejan de sorprendernos por pequeños que sean, le contestó con otra pregunta ¿entonces el yayo ya no vive la vida? ¿no? 
Nunca le he hablado a mi hijo de mis padres ni de su tío. Primero porque me parecía muy pequeño y no quería hacerle un lío. Segundo, porque no reunía el coraje suficiente. Tercero,  porque lo confieso, no sé explicarle a mi hijo el concepto muerte sin recurrir al del cielo.
El otro día estuvimos haciendo pruebas con la cinta de vídeo de nuestra boda, pasándola de VHS al PC con una capturadora de vídeo. Hacía como dos años que el reproductor de vídeo, por razones conyugales de dimensiones incomprensibles y cabreantes, estaba desenchufado y no podía ver las cintas de mi familia. Me dejé llevar por la emoción del momento. Nunca deja de maravillarme semejante milagro de la tecnología que me trae las imágenes en movimiento, ya no son figuras planas bidimensionales, son figuras tridimensionales, que se mueven, respiran, ríen y hablan. Porque las voces se acaban olvidando, se van borrando de la cabeza como se hubieran acabado deteriorando las grabaciones en VHS.
Y mi hijo preguntó ¿quien es esa? refiriéndose a mi madre. Y le respondí que era mi mamá. ¿Y dónde está? y me pilló en bragas, se me hizo un nudo en la garganta y sin saber que responderle, a punto de decirle que estaba en el cielo como recurso fácil. Y le solté un pues no está. A lo que me miró extrañado y me volvió a preguntar esta vez muy preocupado y yo? Donde estaba yo? 
Fue un visionado muy confuso pobrecito, en el cual creyó ver a su hermana en su prima, y verse a si mismo en uno de sus primos sentado en el banquete. Sin dejar también de preguntar por el Alex y la Itziar grandes.
No le hablé de su abuela y de su tío (fue la única cinta que vimos muy por encima además) que enseguida perdieron protagonismo al ir apareciendo personas queridas y conocidas (y por supuesto vivas) para él. Porque ¿qué le digo a mi hijo de cuatro años?¿cómo le explico el concepto muerte sin adornárselo con el cielo? ¿cómo le hablo de personas que para él solo existen en fotos, vídeos, pensamientos y recuerdos de otros?
Nunca llegué a conocer a mi abuela paterna, murió dos años antes de mi nacimiento. Mi padre la añoraba cada día, se notaba por la manera que hablaba de ella. A pesar de todo el amor que transmitían sus palabras para mi en esos momentos no significaba gran cosa, solamente era una señora que me miraba desde un retrato en blanco y negro en la mesita de noche de mi padre, con media sonrisa enigmática parecida a la de la Giocconda y de la que había sacado un parecido considerable.
Ahora, con el paso de los años, si me escurro más los sesos me doy cuenta que  sé bastantes cosas de ella que incluso me daría para escribir una historia: que era analfabeta pero no se notaba (menos en el cine claro cuando sus hijas le leían los subtítulos), que al parecer fue una muy buena persona, buena madre, buena esposa y buena hermana, que creía en los fantasmas, que era la mayor de ocho y que ayudó a su madre a criar a sus hermanas y hermano, que cada vez que no lavaba los paños del mes de su madre sabía que venía otro bebé en camino. Que con la edad se volvió agorafóbica como le pasaría a su hijo (mi padre), que tuvo un derrame cerebral que la hizo perder su identidad durante los dos últimos años de su vida, que le cogió manía a su hija mayor que era quien la cuidaba, que no se reconocía a ella misma en los espejos y tuvieron que taparlos y que mi abuelo, que tenía fama de hombre tosco  durmió con ella cada noche hasta el final de sus días... Y me dejo muchas muchas cosas.
Ahora sólo espero hacerlo igual de bien como lo hizo mi padre.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Y encima con la crisis

Tengo a draculín en casa. El miércoles lo llevamos al dentista, al ortodoncista para ser precisos. Cuando aún no teníamos hijos, mi marido y yo solíamos bromear que si salían con sus dientes y con mis ojos íbamos "apañaos". Pues bien: de momento ya va el primer acierto.
La verdad, que tengan que llevar ortodoncia no me entusiasma, pero no me quita el sueño, es algo que tiene solución, lo segundo, que todo llegará, sí me toca las narices...
Mi draculín tiene la mordida cruzada,no me extraña que a la criatura se le haga "bola" hasta el yogurt, si no le encaja bien la boca. Y el paladar estrecho, así que entre los seis u ocho años le pondrán un paladar para para dormir para que los dientes no se le apelotonen como a Ronaldo (o era Ronaldinho? Bueno da igual, boquita de piñón no tenían ninguno de los dos). No le falta detalle a mi niño, y eso que es "de pago", porque esto que los niños vienen con un pan debajo del brazo es broma, este ya se  se pulió los ahorros antes de ser concebido.
Así que para que el eje de la mordida esté más centrado y como ahora no puede llevar aparatos, le va a pulir un colmillo porque es el que le está jorobando la mordida. Ojalá con esto, mi niño le de a los bocatas unos mordiscos de aupa.
También tiene los pies planos y valgos. No sé para que puñetas sirve haberle puesto zapatos Geox (que por cierto, cada día son más malos y duran menos, ya no los fabrican en Alemania sino en Taiwan me parece, así que si me voy al chino y le compro unas botas me voy a ahorrar una de pasta...) o Pablosky (que son rígidos como los zapatones de Frankenstein).
Luego está Ángela, que aunque esta nos salió "gratis" (con lo que zampa y lo que crece se lo está pagando con intereses) que lleva el mismo carrerón que su hermano. De momento se ha roto la esquina de una pala (con lo que la cara de bicho ya es total) y se está hundiendo el paladar de tanto chuparse el dedo. Y también tiene los pies valgos. Aunque iba a comprarle calzado más cutre, el otro día vi unas botas de la Chicco que le hacían juego con el abrigo, pues no las iba a dejar en el escaparate..

martes, 1 de noviembre de 2011

Sin comentarios.

Me estoy volviendo paranoica. Ahora entiendo cuando mi madre veía el peligro acechando por todas partes. Cuando salía de noche me decía "si ya sé que tu eres responsable, son los demás los que me dan miedo". Por respuesta yo daba un bufido. Hay que ver que manías tienen "los mayores".
Ya casi no me atrevo a mirar las noticias. Que poca humanidad queda en este mundo, mi hermana me relataba hace unas semanas impresionada, las crueles imágenes de la niña china dos veces atropellada y tirada en la calle durante no se cuanto rato. He podido no verlas, es decir, antes por lo menos  avisaban que podían herir la sensibilidad, ahora te lo echan todo de sopetón. El otro día en el programa de Alfonso Arus que emite en Barcelona TV estuve casi a punto de verlas porque las emitieron como si tal cosa en horario escolar (a medio día) y como iba sobre aviso cambié de canal.
Luego los dos niños desaparecidos en Córdoba, en cuyo paradero y en cuyo "presunto" secuestrador no quiero ni pensar...
Hasta hace relativamente poco en el parque, me relajaba un poco con respecto a Gabriel, con dos niños a quien vigilar a veces te han falta ojos y si alguna vez desaparecía de mi radio de visión lo buscaba presuponiendo (como suele suceder) que estaba detrás del tobogán o debajo de cualquier sitio escondido jugando con sus amigos. Ahora no puedo, lo tengo que tener controlado cada minuto, me da pánico perderlo de vista.  Con Ángela lo que sucede es que voy detrás de ella intentando que no se me escogorcie por los columpios.
Este verano se nos perdió durante unos eternos cinco o diez minutos en el centro comercial, no lo sé con exactitud pero se nos hicieron eternos. Caminaba detrás de nosotros y era mediodía, el pasillo estaba prácticamente desierto y se quedó parado mirando un panel de anuncios con forma de móvil, lo llamé dos veces mientras yo seguía caminando y mi marido empujaba el carrito de Ángela. Me giré y le dije "pués ahí te quedas" confiando en que nos siguiera. Y no nos siguió, a la que me volví a girar en cuestión de dos segundos, ya no estaba. Fui corriendo creyendo que estaba detrás del teléfono pero había desaparecido. La verdad, en ese momento ni se me pasó por la cabeza que se lo hubiera llevado nadie, lo que más me angustió fue que se hubiera despistado hacia el parking que además, en ese punto hay dos salidas y que los coches no lo vieran. Nos metimos en la tienda de gominolas para ver si estaba dentro y ya ahí las dependientas avisaron a seguridad. Nunca había visto a mi marido tan blanco y desencajado, yo salí corriendo a buscarlo al parking sintiéndome infinitamente culpable y aterrorizada por incompetente, como he podido perder a mi hijo?
Apareció de la mano del guardia jurado, terriblemente asustado. Había dado la vuelta a toda la planta...
Supongo que son gajes del oficio de ser padres, estar toda la vida sufriendo por los hijos, y lo que me queda...