viernes, 29 de abril de 2011

El informe Brodeck

Me falta poquito para acabar el libro El informe Brodeck, de Philippe Claudel. Me ha dejado absolutamente enganchada. Anteriormente ya me había leído Almas grises que se me hizo un poco pesado pero el estilo del autor me pareció muy particular.
No sé en que género clasificarla, si en el de suspense o en el drama, dura de leer.
Os dejo una cita:
Pensé que si Dios existía aún, era un curioso personaje que eligía
dejar que vivieran con toda tranquilidad  algunos árboles durante siglos
mientras que convertía la vida de los hombres tan breve y tan
dura.'(pág.112)

martes, 19 de abril de 2011

Dejarse la piel

Conversando la otra tarde en el parque con otras mamis, una comentaba lo mucho que le costó quedarse embarazada de su segunda hija. Decía que no quería, un niño artificial. Me sonó a ciencia ficción, a la peli de Spielbierg Inteligencia Artificial. Que no se me mal interprete, no me molestaron en absoluto sus palabras, ella sabe que mi hijo fue concebido por fecundación in vitro, no es una cosa que oculte, al contrario, es un hecho que me llena de orgullo, del cual presumo. Si por algo he luchado en esta vida, ha sido por ser madre.
Desde que tengo uso de razón lo tenía clarísimo. Siempre pedía para Reyes muñecas bebé tipo nenuco y durante años le di el tostón a mi madre para que me trajera un hermanito. La pobre se moría de risa y me contestaba que sólo le faltaba eso (teniendo en cuenta que me tuvo de rebote con 41 años como para tener otro).
Más o menos al año de casados nos compramos un coche financiado a cuatro años, más grande para aumentar la familia. Era agosto y nos fuimos a Asturias una semana, que optimistas cuando hablábamos que quizás, a la vuelta, nos traeríamos un buen recuerdo del viaje.
Para cuando me quedé embarazada, el coche estaba más que pagado.
Llevábamos poco más de un año buscando tener hijos cuando los médicos nos insinuaron que para lograr un embarazo íbamos a necesitar dios y ayuda, sobretodo lo segundo y de la ciencia.
Reboviné la película un año  antes en el trabajo y sin saber la que se me avecinaba, comentando con una compañera de los tratamientos de fertilidad, de lo que jamás haría para tener un hijo. Esta vez más que beberme dos tazas de caldo, me bebí los ocho litros de la olla express.
Hay que ver, te pasas casi toda la juventud escuchando de labios de tu madre ten cuidado no te quedes embarazada y piensas con ironía si la mente es tan poderosa que te ha dejado estéril.
Por mi mente desfilaron las comedias sobre parejas que quieren tener un hijo y se someten a un viacrucis de tratamientos de fertilidad, pero cuando lo vives desde dentro vives una tragedia, pocas risas y muchas lágrimas. Lo peor no es la parte física del asunto. Me considero afortunada, no me dan grima las agujas ni que me pinchen ni que me extraigan y menos mal porque me iba a tocar clavarme más agujas en la barriga que el tío de Hellraiser en la cara.
Lo peor es la parte emocional, la espera. Esos doce días hasta la prueba de embarazo, escuchando a tu cuerpo esperando una señal, un vómito, una náusea. Cualquier cosa. Porque el impacto psicológico de un tratamiento de fertilidad fallido en una pareja es el mismo que el de un aborto.
Si echo la vista atrás, desde la distancia curativa del tiempo, me da la sensación que lo ha vivido otra persona. Aún recuerdo la cara de estupefacción del bibliotecario del barrio cuando le pregunté por dos libros: No puedo tener hijos y otro de ayuda al duelo cuyo título no recuerdo, porque así de cruel es la vida, casi al mismo tiempo que me enteraba que igual no podía ser madre, había dejado de ser hija.
La verdad es que lo probamos todo, lo natural: el aceite de onagra, la maca andina, el hacer el pino después de, la vitamina E y todo el abecedario vitamínico.
También probamos lo divino, tras sufrir un aborto recorrimos el norte en coche y acabamos en Santiago de Compostela, por probar, que no quedase.
Finalmente lo científico. Tres inseminaciones fallidas, dos invitro, otro aborto, otra in vitro y llegó Gabriel, en el peor ciclo, después de hormonarme como si fuera a hacer un cambio de sexo, sólo quedaron dos embriones que me fueron transferidos  dos embrioncitos bonitos y agradecidos me dijo la bióloga el día de la tranferencia mientras yo esperaba, espatarrada en la camilla y mirando el fluorescente, con bastante poca fe a esas alturas del guión que aquel par de conglomerado de células  más pequeños que una lenteja pardina, arraigaran en mi útero.
El dios hacedor de tal milagro el doctor Albert Cabero y su equipo de la clínica Quirón Barcelona.
Y puede decir la iglesia, misa, nunca mejor dicho, que mi hijo no es un milagro, de la ciencia, pero un milagro.
Que por cierto, no está bautizado ni lo estará a menos que él se decida a ello.
No le solté esta parrafada a la pobre madre que me había hecho el comentario del niño artificial, sólo le dije que por un hijo, al cual ni conoces, eres capaz de dejarte la piel.

lunes, 11 de abril de 2011

Adiós a la pedagogía.

Ya lo comentaba en el FB, me he quedado afónica, casi no tengo voz, sueno entre Colombo y El padrino .  Y sí. Seguro que mi marido y mis hijos agradecen este paréntesis de silencio.
Como no hay mal que por bien no venga estoy rescatando técnicas de educación y crianza menos "respetuosas" . Actuo más y hablo menos.
Le pegas a tu hermana pués fuera dibujos. He apagado la tele y me he quedado tan ancha. Generalmente aviso a Gabriel como cinco o seis veces, le invito a la reflexión, le explico que no puede pegarle a su hermana, o darle patadas, o quitarle sistemáticamente todos los juguetes. Y no sirve de nada, a los cinco minutos hace un reset, le vuelve a cascar y yo acabo gritando (y afónica).
Hoy sólo llevamos un aviso, he pasado de echarle todo el sermón. Probablemente esté aprendiendo que o se le pega a la hermana no por empatía, sino porque si le pega, se acaban los privilegios y, sinceramente, me importa un pepino porque ya van tres veces que Ángela aterriza de cabeza porque su hermano la empuja justo cuando consigue ponerse de pie agarrándose al sofá.
Sin menospreciar a Carlos González, me parece fantástico que los niños esquimales no coman fruta y crezcan tan sanotes , pero con la comida también me estoy volviendo tajante, si no te comes el plátano, no hay parque.
Soy una bruja, que le voy a hacer.

viernes, 8 de abril de 2011

Nostalgia

Esta tarde he ido al ginecólogo. Es el mismo ginecólogo que trajo a Gabriel al mundo (y no a Ángela por problemas de mutuas que ahora mismo no viene al caso). Y en estos casos una vuelve al profesional que más confianza le da.
Y me ha entrado una inmensa nostalgia y eso que sólo he visto una barriga de embarazada...
No quiero tener más hijos. A veces digo en broma que si me tocara la lotería y pudiera contratar a una persona que hiciera las tareas de la casa y las barrigas de los embarazos (con patadas incluidas) pudieran ser de quita y pon igual me lo planteaba. Pero tener un hijo todos sabemos que es más que eso. Los bebés crecen, y muy rápido, lo fácil de hecho, es gestarlos, parirlos y criarlos, luego llega la educación, eso si es difícil.
Llevo unos días soñando que estoy embarazadísima y mi bebé se muere. Era un sueño recurrente en ambos embarazos, de repente me despertada angustiadísima y me tocaba la barriga que seguía en su sitio.
Lo achaco a que estoy asumiendo que ya no va a haber más bebés en mi vida, más pataditas en mi útero (el otro día tenía un tic muscular y casi me emociono) y que quizás, mi vida fértil se esté terminando...
Me hago mayor. Una de las razones por las cuales me decían que no me quedaba embarazada de Gabriel era porque quizás, estaba en los inicios de una menopausia precoz. Los análisis hormonales en aquella época, al parecer, no me salían muy favorables y las altas dosis que me daban para fabricar óvulos en las in vitro eran elevadísimas, y los resultados, ridículos.
Ahora me encuentro con que se me solapan las reglas, empalmo unas con otras, así que este es mi segundo mes con anticonceptivos, manda huevos después de todo el esfuerzo para tener hijos, me vea obligada a tomar una medicación, precisamente para no tenerlos. Así que si en unos meses al retirarlas las cosas no mejoran, me harán análisis, para saber si mi querida amiga la de rojo, está dando sus últimos coletazos...
Premenopáusica con sólo 38 años, me dan ganas de llorar...
Pues he salido de la clínica con la moral tirando para abajo y como me apetecía pasear sin niños me he ido dos bocas de metro más para abajo, donde he tenido que pasar forzosamente también, por la clínica donde nació Ángela. Que alegría...
Es que no es lo mismo no querer tener hijos, que no poder tenerlos.