
Con respecto a Gabriel, mi niño superojazos, está entrando en otra etapa, en septiembre cumple cinco años y se me está haciendo tan mayor que no me estoy dando cuenta. Ha descubierto, al fin, a su hermana e inseparable compañera de juegos, para bien y para mal porque se quieren y se arrean a partes iguales pero forma parte del desarrollo de ambos y de mi desequilibrio mental como madre a jornada completa.
Gabriel es vital. Disfruta de las cosas, de todas, supongo que es inherente a la mayoría de niños, pero tiene el don de hacerme ver el mundo a través de sus ojos durante pequeños instantes, el entusiasmo que imprimió su voz al ver un río este fin de semana pasado en la montaña, la alegría de volver a ver a nuestros amigos (bueno sus amigos) y la emoción al ver que nos despertábamos todos en la misma habitación. Todo es una aventura, hacer un picnic, caminar por un sendero, entrar en una iglesia románica (ui mama habrá fantasmas) viajar en coche mientras canta a grito pelado desde La camisa negra a Coldplay que se acaba de convertir en su grupo favorito.
El drama es irse de los sitios y desperdirse de la gente, de sus amigos adultos y niños. Y luego recordar, porque le encanta recordar, como Proust con su madalena el otro día comiéndose un trozo de melón recordó el verano pasado y la casa con escaleras del hermano de mi suegro. Asombroso.
1 comentario:
Preciosos, doy fe! Y qué bonito ser madre... Qué gran verdad que se ve la vida de otra manera... Una entrada muy tierna, que destila la devoción de una gran mamá!
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